La palabra como espacio público, el libro como bien común y la lectura como derecho ciudadano
Santiago de Cali, 7 octubre de 2025 – En tiempos donde lo fugaz reemplaza lo profundo y el ruido digital amenaza con ahogar el pensamiento crítico, FIL Cali 2025 cumple diez años consolidándose como un contrapeso vital. Una feria gratuita, diversa, multitudinaria y, sobre todo, coherente: con su ciudad, con su gente, con su época.
La Feria Internacional del Libro de Cali no solo celebra una década de existencia. Celebra haber sostenido en el tiempo una apuesta cultural que no claudica ante las cifras rápidas ni los aplausos fáciles. Este año, con Colombia como país homenajeado, el evento le habla al país desde la palabra, la memoria, la convivencia y la infancia. Y lo hace con una contundencia que pocas ferias literarias de Latinoamérica han logrado sin perder su esencia pública y popular.
El crecimiento no solo se mide en metros ni asistentes
Si hablamos en cifras, la evolución es irrefutable. De 78.706 asistentes en 2016, a más de 541.000 en 2024. De 1.500 m² de recinto ferial a más de 5.200 m². De 66 expositores a 150, y de 119 eventos a 839 actividades. Pero detenerse en el número sería ignorar lo esencial: que esta feria no es un fenómeno de taquilla, sino un acto cívico de resistencia cultural.
Paola Guevara, directora del evento desde hace cuatro años, lo dijo con claridad: “FIL Cali es la evidencia de que el libro no excluye. Que leer es un acto profundamente político en el mejor sentido: uno que transforma la mirada, amplía el pensamiento y conecta al ciudadano con su historia y su porvenir”.
Colombia como espejo: el país que escribe y resiste
El homenaje a Colombia como país invitado no es un gesto institucional, sino una declaración editorial. Es mirar al país de frente, en su complejidad. Entre los invitados están Mario Mendoza, Carolina Sanín, Humberto de la Calle, Angela Becerra, Alejandro Gaviria, Mabel Lara, Pepe Zuleta, Susana Illera y muchos más, cada uno desde su trinchera literaria o política, proponiendo lecturas del país y sus heridas.
En la programación destacan libros que abordan la diversidad territorial (Las aves más hermosas de Colombia), la espiritualidad popular (Nuestras Señoras), la cocina como identidad (Mi cocina sabe a Colombia), o la infancia y la violencia (La Mayor, de Carolina Sanín). La literatura como forma de recordar, sí, pero también como forma de imaginar un país distinto.
Infancia, convivencia y territorio: las nuevas apuestas
Este año, la feria da tres pasos cruciales:
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La creación de una zona infantil permanente, con actividades lúdicas, picnics literarios y talleres para la primera infancia.
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El lanzamiento de las mascotas Fili y Ali, personajes que vinculan la narrativa local con la imaginación infantil.
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Un laboratorio de convivencia ciudadana, donde la palabra se pone al servicio de la resolución pacífica de conflictos, con jueces de paz y espacios de escucha activa.
Estas decisiones no son decorativas. Son señales de una feria que entiende el libro no como un producto, sino como una herramienta de construcción social.
Foto: Prensa FilcaliLeer como acto territorial: la feria también sucede en el Valle y el Cauca
Gracias al programa FIL Cali Región, la feria llega a 13 municipios del Valle y el Cauca, incluyendo Buenaventura, Palmira, Tuluá, Yumbo, Cartago y Santander de Quilichao, entre otros. Allí, con el apoyo de Univalle, la lectura también es una excusa para la conversación, la memoria, la música y el pensamiento.
En un país centralista y desigual, esta apuesta descentralizada habla del valor de construir ciudadanía más allá de los ejes tradicionales. La feria no solo llega a los lectores: los forma y los encuentra en sus propios territorios.
Jóvenes narradores y memorias en disputa
El regreso del Concurso de Cuento Andrés Caicedo, con más de 400 jóvenes inscritos, demuestra que la palabra aún es refugio y trinchera para nuevas generaciones. Este año, el certamen premia a escritores entre los 15 y 25 años, dando lugar a relatos que oscilan entre la fantasía, la denuncia, el dolor íntimo y la realidad política.
Además, en la programación se conmemoran hechos como los 40 años de Armero y del Palacio de Justicia, los 100 años del natalicio de Guillermo Cano y se presentan libros como Bojayá, del padre Antún Ramos, testigo directo del horror. La feria, así, se vuelve también un escenario para ponerle nombre a lo que duele y exigir que no se repita.
Una feria que resiste con libros, no con slogans
FIL Cali es, quizá sin proponérselo, uno de los actos más radicales de esta ciudad: gratuito, masivo, territorial, profundamente literario y profundamente humano. Mientras otras ferias luchan por sostenerse entre lo comercial y lo simbólico, esta ha sabido construir una identidad propia, basada en la cooperación, la coherencia y la convicción.
Diez años después, lo que se celebra no es solo la permanencia, sino la forma. FIL Cali resiste sin propaganda, sin fuegos artificiales. Lo hace con libros, conversaciones, papel, tinta y ciudadanía.
Desde esta redacción creemos que el reto ya no es solo sostener la feria, sino expandir su espíritu: que la lectura sea parte de la vida cotidiana, que el libro no sea un objeto de élite, que la palabra se mantenga como espacio común en una sociedad fragmentada.
Porque, al final, lo que una feria como esta nos recuerda es que leer no es escapar de la realidad, sino elegir cómo transformarla.
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