OPINIÓN / La expulsión de Miguel Uribe y el dilema del Centro Democrático

¿Renovación política o perpetuación del tutelaje?

OPINIÓN / La expulsión de Miguel Uribe y el dilema del Centro Democrático
    Miguel Uribe Londoño | Foto: GUILLERMO TORRES REINA / Pantallazo  SEMANA


Por: Paulina Arango M.

La salida de Miguel Uribe Londoño de la lista de precandidatos presidenciales del Centro Democrático no es un simple movimiento táctico ni un ajuste administrativo. Es, más bien, la revelación de una tensión acumulada: el pulso entre quienes desean un partido capaz de renovarse y quienes siguen orbitando en torno a la figura del expresidente Álvaro Uribe.

¿Quién manda realmente en el Centro Democrático?

En los días previos al anuncio circularon versiones según las cuales uno de los precandidatos habría informado al expresidente sobre conversaciones privadas con Miguel Uribe. Más allá de confirmar su veracidad, el hecho de que estas versiones resulten verosímiles ya es significativo. Refleja un partido que aún no logra emanciparse de su fundador y cuya toma de decisiones continúa marcada por dinámicas más cercanas a la intermediación personal que a la deliberación colectiva.

Álvaro Uribe sigue siendo, sin ocupar cargo alguno, un eje gravitacional. Con un gesto puede impulsar, frenar o reencauzar una campaña. Bajo ese escenario, cabe preguntar: ¿puede un partido hablar de “renovación” cuando cada movimiento parece diseñado para anticiparse a la mirada del líder histórico?

Las encuestas y sus silencios

Los sondeos más recientes dibujan un escenario inquietante: Miguel Uribe, con alrededor del 4 %, aparecía como el candidato mejor posicionado dentro del partido centro democrático; Sergio Fajardo rondaba el 8 %; y Abelardo de la Espriella se acercaba al 18 %, con tendencia ascendente. Frente a este panorama, resulta inevitable cuestionarse: ¿por qué excluir al aspirante con la mayor recordación interna en este momento? ¿Es coincidencia… o conveniencia?

La sospecha que asoma es clara: ¿busca el partido alinearse con figuras más funcionales a sus equilibrios internos antes que con quienes muestran mayor competitividad?

Este interrogante revela un problema más profundo: mientras la izquierda discute proyectos y consolida liderazgos como el de Iván Cepeda, la derecha parece atrapada en el debate sobre quién es más “leal” que sólido, más obediente que convincente.

¿Accidente político o síntoma crónico?

La exclusión de Miguel Uribe no es un episodio aislado; es un síntoma. Un recordatorio de que el Centro Democrático aún no define si quiere ser un partido programático y plural, o si seguirá funcionando como una estructura vertical que reacciona ante tensiones internas más que ante necesidades del país.

Pero es también un espejo de Colombia. Un país donde la política continúa subordinada a figuras, tutelas y caudillismos, y donde con demasiada facilidad las decisiones estratégicas parecen responder más al pasado que al futuro.

El verdadero debate: autonomía

Reducir el asunto a si el próximo candidato será un “títere” es una simplificación. La discusión de fondo es otra y más urgente:
¿estamos dispuestos, como electores, a exigir liderazgos capaces de actuar sin tutelas históricas y pensar en el país antes que en lealtades heredadas?

Hasta que ese dilema no se resuelva, seguiremos viendo decisiones que, lejos de proyectar un partido hacia el futuro, lo atan a inercias que ya no representan al electorado.

Hacia un nuevo ciclo político

La salida de Miguel Uribe nos recuerda algo esencial en política: las formas revelan el fondo. Antes que nombres y precandidaturas, Colombia necesita partidos con autonomía real, con procesos transparentes y con liderazgos que respondan a las urgencias de hoy, no a los ecos de ayer.

Solo entonces podrá abrirse un nuevo ciclo político: uno donde los partidos dejen de ser prolongaciones del pasado y comiencen a construir el país diverso, moderno y exigente que ya es Colombia.

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