Gustavo Bolívar se ha destacado por su cercanía a las bases populares y su discurso incisivo contra el establecimiento, lo que le ha ganado un fuerte apoyo dentro de un electorado que ansía un cambio profundo. Sin embargo, este mismo perfil radical no parece conectar con sectores más moderados, ni con aquellos que sienten que las promesas de transformación de Bolívar son demasiado arriesgadas en un país que aún lucha por mantener la estabilidad. La división dentro de su propio partido, el Pacto Histórico, se hace evidente en las encuestas, donde ciertos segmentos de la izquierda más tradicional no lo ven como su verdadero representante, lo que podría mermar su capacidad de movilizar a toda la coalición.
Por otro lado, la figura de Sergio Fajardo ha sido un referente de la política moderada en Colombia, y aunque su popularidad ha sufrido altibajos, su conexión con un electorado centrado parece seguir siendo sólida. Fajardo ha sabido construir una narrativa que lo presenta como una alternativa frente a los extremos, pero su acercamiento al expresidente Álvaro Uribe ha generado tensiones con sectores progresistas que consideran que esa alianza ha diluido su mensaje original. La pregunta es si Fajardo logrará superar ese estigma y recuperar la confianza de una base electoral que hoy está en busca de líderes más consistentes en sus principios.
Foto : Pantallazo facebookEn cuanto a Germán Vargas Lleras, su nombre se posiciona como el candidato mejor preparado para asumir la presidencia de Colombia, a pesar de su falta de carisma. Su vasta experiencia en la administración pública y su capacidad de gestión lo perfilan como una opción seria para los colombianos que exigen un liderazgo con solidez. Sin embargo, la falta de un vínculo emocional con la población más joven y su percepción de ser parte de la “vieja guardia” de la política, le juegan en contra. A pesar de estos desafíos, Vargas Lleras sigue siendo uno de los políticos con mayor experiencia en el país y su propuesta de estabilidad y moderación podría encontrar terreno fértil en un escenario post-electoral fragmentado.
La candidatura de Vicky Dávila, por su parte, ha suscitado dudas entre sectores del electorado que consideran que no posee la preparación necesaria para asumir la presidencia. Aunque su popularidad en los medios ha sido indiscutible, la transición de una figura mediática a un liderazgo político formal parece difícil de lograr, especialmente cuando su perfil no está cimentado en una trayectoria de gestión pública que inspire confianza en los votantes. Dávila, si bien es vista como una voz crítica de los problemas nacionales, aún tiene mucho por demostrar en términos de capacidad para abordar los desafíos de gobernar un país tan complejo como Colombia.
Sin embargo, en medio de este panorama dominado por figuras con años de experiencia y visibilidad, surge una nueva generación de jóvenes pre-candidatos que no logra acaparar la atención que muchos esperaban. Uno de estos casos es el de Juan Manuel Galán, quien pese a ser considerado una opción fresca y esperanzadora, no aparece reflejado en las encuestas con la fuerza que su nombre podría sugerir. Galán representa una nueva cara del liberalismo colombiano, más renovada y abierta a los retos del futuro. Sin embargo, su figura aún no conecta con una base electoral lo suficientemente amplia como para competir con otros nombres más consolidados, y la falta de visibilidad en las encuestas evidencia su dificultad para superar la barrera de la popularidad.
Otro de los jóvenes nombres que surgen en este panorama es el de Rodrigo Lara Restrepo. A pesar de su interés por ofrecer una propuesta de cambio, su nombre sigue siendo casi inexistente en los sondeos. La causa principal parece ser una falta de estructura política y una presencia más mediática que real en los espacios de poder. Lara Restrepo, al igual que Galán, se enfrenta al desafío de construir una imagen que atraiga a un electorado que tradicionalmente prefiere la experiencia antes que las promesas de cambio de figuras menos conocidas.
La ausencia de estos jóvenes en las encuestas refleja también un fenómeno común en la política colombiana: la dificultad de los nuevos rostros para posicionarse en un sistema político dominado por las figuras tradicionales. Esto pone en evidencia el poder de las estructuras de poder existentes, que tienden a fortalecer a quienes ya cuentan con un aparato político consolidado detrás. Las opciones más jóvenes, aunque con gran potencial, parecen estar siendo desplazadas por la maquinaria electoral de los nombres más conocidos. Esto no significa que no haya una necesidad urgente de refrescar el liderazgo colombiano, pero los jóvenes aspirantes se enfrentan al reto de transformar sus imágenes en propuestas de gobierno reales y concretas.
La encuesta de Invamer no solo refleja las tensiones internas del panorama electoral colombiano, sino que también deja al descubierto la fragmentación de un electorado que busca alternativas que, por un lado, prometan cambio y, por otro, garanticen estabilidad. En este contexto, las posibilidades de Gustavo Bolívar, aunque alentadoras en una primera vuelta, parecen desmoronarse frente a la necesidad de construir consensos más amplios para una segunda vuelta. La pregunta clave será si los votantes en su mayoría se inclinarán por la continuidad moderada representada por Fajardo o por una propuesta de cambio más radical que aún no logra consolidarse del todo.
Es importante recordar que las elecciones presidenciales de 2026 no solo se definen por la popularidad de los candidatos, sino por su capacidad de transformar el voto en acción política real. En este sentido, se hace necesario que los ciudadanos reflexionen sobre qué tipo de liderazgo es el que realmente necesitan en un momento tan crucial para la democracia colombiana. Es hora de pensar más allá de las encuestas y de considerar quién está realmente preparado para enfrentar los retos del país, sin dejarse arrastrar por discursos que, aunque seductores, no siempre se traducen en soluciones efectivas para la nación.
Por: Paulina A Arango M
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