Colombia asume el liderazgo regional con una ambiciosa agenda que busca romper dependencias históricas, promover la transición energética y redefinir el papel de América Latina en el escenario global
Foto: Comunicaciones presidenciaLa historia regional registra pocos momentos donde el liderazgo recae sobre un país dispuesto a incomodar el statu quo. Colombia, al asumir la presidencia pro tempore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) este 9 de abril en Honduras, no solo ocupa un cargo simbólico. Se coloca, por decisión colectiva de sus pares, en el centro de una región que busca reencontrarse consigo misma en medio de una reconfiguración geopolítica sin precedentes.
El presidente Gustavo Petro, al frente de esta nueva etapa, no ofreció un discurso de circunstancias. Propuso lo que él llama una "segunda independencia": una separación, no territorial, sino estructural, de las dinámicas que por décadas han subordinado las decisiones de América Latina a intereses externos. Su propuesta no es el aislamiento, sino la interdependencia soberana: cooperación sin sumisión, apertura sin dependencia. Esto implica buscar vínculos con África, Asia y bloques del sur global, entendiendo que la diversificación de alianzas es una estrategia de supervivencia ante un orden internacional en disputa.
Lejos del lenguaje diplomático habitual, la presidencia colombiana plantea una CELAC que trascienda las declaraciones de unidad y se convierta en plataforma operativa. El primer paso anunciado es el impulso de una red latinoamericana de energías limpias que priorice la inversión pública, reduzca los subsidios a combustibles fósiles y promueva el conocimiento compartido en tecnologías sostenibles. En un continente que produce más del 30% de su energía con fuentes renovables pero sigue dependiendo del petróleo, el desafío es convertir esa ventaja en soberanía energética real.
La agenda colombiana también incorpora un componente ético-político en temas migratorios. En lugar de aceptar que la migración sea gestionada desde las exigencias del norte, Petro instó a los países miembros a tratarla como un derecho y no como un problema. Se anunció la intención de establecer un "marco común de protección a migrantes latinoamericanos", con rutas legales, centros binacionales de atención y protocolos regionales frente a emergencias humanitarias. Esta propuesta, lejos de ser solo humanista, busca también proteger a los Estados de presiones externas que utilizan la migración como herramienta de chantaje político.
Uno de los aspectos más novedosos —y menos destacados por otros líderes regionales en el pasado— fue la intención de democratizar la producción de medicamentos mediante una agencia regional. La visión es clara: América Latina no debe volver a ser rehén de intereses farmacéuticos globales ni depender de laboratorios en momentos críticos como lo fue durante la pandemia. Esta iniciativa buscaría establecer estándares propios, fomentar la investigación conjunta y negociar precios en bloque, con la idea de recuperar la capacidad de decisión sobre la salud pública.
Este giro en la presidencia de la CELAC también ocurre en un contexto de tensiones internas en varios países latinoamericanos. La presidenta hondureña Xiomara Castro, anfitriona del evento, no solo respaldó a Petro en su discurso, sino que advirtió sobre las amenazas compartidas a la democracia en la región. El hecho de que un mandatario latinoamericano denuncie intentos de desestabilización desde estructuras no electorales, y reciba respaldo multilateral, evidencia que la CELAC puede volver a ser un dique frente a los retrocesos institucionales que han reaparecido bajo nuevas formas.
Desde esta redacción, se observa con expectativa —y también con cautela— el inicio de esta presidencia colombiana. Asumir el liderazgo regional implica más que proponer; exige coordinar, gestionar y sostener una narrativa de transformación en medio de diferencias políticas. La CELAC puede ser la vía para que América Latina dialogue con el mundo desde sus propias convicciones y no desde urgencias impuestas. Pero para ello, necesita que las decisiones se traduzcan en hechos. El momento exige menos discursos y más construcción. La región está ante una bifurcación histórica: avanzar como bloque soberano o seguir respondiendo en fragmentos. La presidencia de Colombia es una oportunidad para escoger el primer camino.
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