Entre dragones y águilas: el precio de pensar como bloque

Cuando el péndulo geopolítico obliga a definiciones, el liderazgo se mide no por la comodidad del consenso, sino por la firmeza con que se asume el costo de la soberanía.

Entre dragones y águilas: el precio de pensar como bloque




La decisión del presidente Gustavo Petro de convocar un encuentro entre la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la República Popular China, en territorio asiático, ha desatado una tormenta que no necesita gritos para hacerse sentir. La inquietud, que ha cruzado fronteras, no solo refleja una tensión diplomática, sino una vieja herida mal cerrada: la dificultad estructural de América Latina para actuar como un sujeto político autónomo.

Desde Colombia, la Asociación Nacional de Empresarios (ANDI), la Asociación Nacional de Comercio Exterior (ANALDEX) y la Asociación de Industriales Latinoamericanos (AILA) han manifestado con insistencia su preocupación por el momento elegido para este encuentro. El contexto no podría ser más sensible: varios países de la región están en medio de negociaciones cruciales con Estados Unidos para mejorar condiciones arancelarias, abrir mercados y relanzar tratados bilaterales.

El temor es claro: una señal mal leída podría costar años de diplomacia comercial. Pero el dilema es más profundo que eso.

No es solo comercio. Es arquitectura de poder

La narrativa predominante reduce esta discusión a un asunto de negocios. Pero lo que está en juego aquí no se puede explicar únicamente en cifras de exportación. Es una cuestión de arquitectura geopolítica: ¿tiene América Latina la potestad de construir alianzas sin pedir permiso?

China, guste o no, se ha consolidado como un actor que dialoga con bloques, no solo con países. Su aproximación multilateral incomoda a quienes prefieren una América Latina fragmentada, administrable, predecible. El hecho de que la CELAC se atreva a caminar —como bloque— hacia un diálogo político con China, genera escozor no por lo que representa hoy, sino por lo que podría representar mañana: la posibilidad de un sur que decide por sí mismo.

Autonomía no es capricho: es dignidad institucional

Frente a las advertencias gremiales, el presidente Petro ha sido tajante: el poder público no se supedita a los nervios del mercado ni a los dictámenes de ninguna embajada. Su respuesta, más allá del estilo, plantea una verdad incómoda: si los gobiernos latinoamericanos deben ajustar su política exterior a las expectativas de potencias externas, entonces el concepto de soberanía se ha vaciado de contenido.

Pero también es cierto que las preocupaciones empresariales no son infundadas. En un continente que ha vivido las consecuencias de guerras comerciales, sanciones implícitas y condicionamientos encubiertos, el riesgo de represalias es real. Solo que ese miedo, cuando se convierte en brújula, termina reduciendo la política exterior a un ejercicio de cautela, cuando debería ser una estrategia de construcción de futuro común.

Actores o escenarios

Hay momentos en la historia donde las regiones tienen que elegir: ¿quieren ser actores con agenda propia o simples escenarios donde se disputan fuerzas ajenas? La CELAC-China no es una cumbre aislada. Es una bifurcación. Estados Unidos, por su parte, sigue apostando por relaciones bilaterales fuertes pero aisladas. China, en cambio, ofrece grandes marcos multilaterales, con sus propios matices y riesgos. En el fondo, ninguna opción es “neutra”. Pero lo que resulta inaceptable es renunciar al derecho de explorar alternativas.

La AILA ha llamado a la cautela estratégica, y con razón. Pero el llamado no puede degenerar en inercia diplomática. No hay peor síntoma de debilidad política que la autocensura internacional.

Un consenso que no se herede, sino que se construya

Necesitamos una política exterior que no solo refleje el mapa del poder, sino el mapa de nuestras prioridades: reducción de dependencia, cooperación en ciencia y tecnología, inclusión financiera, sostenibilidad, redistribución del conocimiento. Ninguno de estos objetivos es alcanzable desde el aislamiento o la subordinación silenciosa.

Por eso, América Latina debe apostar por un consenso propio, deliberado y audaz. Uno que no niegue las relaciones con Estados Unidos, pero tampoco criminalice el acercamiento a China. La lealtad no puede medirse en docilidad. Y la dignidad de una región no puede seguir hipotecada al miedo a incomodar.

¿Será esta vez distinta?

Este no es solo un debate entre gremios y gobierno. Es una radiografía de cómo nos entendemos como región. Si la CELAC no puede ejercer su papel como foro de decisión multilateral, entonces está condenada a ser una institución decorativa, incapaz de transformar la realidad. Pero si logra mantenerse firme, aún frente a los cuestionamientos, marcará un hito en la construcción de una América Latina más estratégica, menos reactiva, y decididamente soberana.

Porque si seguimos aplazando nuestras decisiones para no incomodar a nadie, quizás debamos aceptar que ya hemos cedido demasiado. No solo tratados o mercados. Sino el derecho elemental a pensarnos como bloque con voz, con visión y con voluntad de futuro.


Por : Paulina Arango M


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