Fiebre amarilla: el viejo virus que dejó la selva y amenaza la ciudad

El regreso de la fiebre amarilla y el espejismo del control sanitario en Colombia

Fiebre amarilla: el viejo virus que dejó la selva y amenaza la ciudad
                
Foto: Juan Pablo Márquez, estudiante de la UNAL Sede de La Paz.

Redacción de RMC Noticias | 

Cali- abril de 2025

En 2025, la fiebre amarilla volvió a sonar en Colombia. No como un susurro entre los árboles del Amazonas, sino como una alarma en pueblos de montaña, en zonas urbanas densamente pobladas, en lugares donde nadie pensaba que este viejo virus pudiera regresar. No fue un brote. Fue una advertencia.

Este artículo propone mirar más allá de las cifras y las campañas sanitarias para comprender por qué una enfermedad que parecía controlada, hoy reaparece en escenarios urbanos como el departamento del Tolima. Y sobre todo, qué nos dice este retorno sobre el modo en que gestionamos el territorio, la salud pública y la memoria epidemiológica.

De la selva al asfalto: una enfermedad que cambió de paisaje

Durante décadas, la fiebre amarilla fue una enfermedad endémica de la selva. Los mosquitos de los géneros Haemagogus y Aedes, y los monos como reservorios, mantenían el ciclo viral en equilibrio dentro del ecosistema tropical. La vacunación masiva, desarrollada en Colombia desde 1931, redujo drásticamente su impacto.

Pero en los últimos años, algo cambió. En 2024 los casos comenzaron a concentrarse en la región Amazónica. En 2025, cruzaron las fronteras naturales para aparecer en lugares impensables: municipios como Cunday, Villarica e Icononzo, en el Tolima. Zonas montañosas, rurales y urbanas, donde los vectores no eran habituales... hasta ahora.

La deforestación es también un factor de riesgo epidemiológico

La expansión de la fiebre amarilla no puede explicarse sin mirar el suelo. La tala ilegal, la minería aurífera y la degradación ambiental han convertido la selva en un escenario de alto riesgo biológico. Cuando derribamos árboles, desplazamos a los mosquitos. Cuando excavamos la tierra, creamos criaderos. Y cuando habitamos estos nuevos bordes, nos exponemos.

Los virus no viajan solos. Lo hacen con nosotros, con nuestras prácticas extractivas, con nuestras migraciones, con nuestros olvidos. Hoy, la frontera ecológica se ha vuelto porosa, y lo que era selvático se ha vuelto urbano.

Un enemigo invisibilizado por el sistema de salud

Parte del problema es clínico. Con apenas diez casos anuales en las últimas décadas, la fiebre amarilla se volvió invisible para muchos médicos. Su sintomatología, que incluye fiebre aguda, ictericia y hemorragias, puede confundirse fácilmente con dengue, malaria o rickettsiosis. Sin entrenamiento ni recursos diagnósticos, los pacientes llegan a los centros de salud... y no son detectados.

“Con tan pocos casos, muchos profesionales de la salud nunca han visto uno. Pero deben estar preparados para sospecharlo en zonas por debajo de los 1.800 msnm”, advierte Jorge Alberto Cortés, infectólogo de la Universidad Nacional de Colombia.

El éxito reciente ha sido, paradójicamente, su mayor debilidad: creímos que el control era definitivo, y dejamos de enseñar, de vigilar, de vacunar.

 Una vacuna efectiva, pero sin la cobertura necesaria

La vacuna contra la fiebre amarilla es una de las más eficaces que existen. Una sola dosis ofrece inmunidad de por vida. Sin embargo, la cobertura en Colombia ha descendido al 86 % en zonas de riesgo, cuando debería superar el 95 % para evitar la transmisión.

No es una falla técnica, sino política. La discontinuidad en campañas, la desinformación, y la fatiga institucional posterior a la pandemia de COVID-19 han debilitado los sistemas preventivos. El virus encontró la grieta.

La fiebre amarilla como síntoma de algo más profundo

Más allá de la enfermedad, este brote nos enfrenta a una verdad incómoda: no tenemos una estrategia territorial integral para prevenir epidemias. Gestionamos la salud pública como una reacción, no como una prevención. Y mientras tanto, desprotegemos los ecosistemas que contienen los riesgos más antiguos del planeta.

El regreso de la fiebre amarilla no es un error, es una consecuencia. Un resultado directo de cómo nos relacionamos con la naturaleza, cómo planificamos nuestras ciudades, y cómo olvidamos que el pasado no se extingue: simplemente espera.

Reaprender lo que creíamos superado

Este no es un llamado al pánico. Es una invitación a reaprender. A recordar que los virus también hacen memoria, y que una vacuna efectiva no basta si no llega a quienes más la necesitan. Que un sistema de salud no protege si no se forma para lo que no ve. Y que la prevención no empieza en el hospital, sino en el bosque, en el agua, en el suelo.

La fiebre amarilla ha vuelto. Y con ella, la oportunidad de mirar el territorio como un mapa de salud. Porque quizás, en este país que ha olvidado tantas veces su historia epidemiológica, aún estamos a tiempo de no repetirla.


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