Cuando una economía como la colombiana depende masivamente de bienes manufacturados en el exterior, toda tensión global se vuelve doméstica. Los aranceles, lejos de ser tecnicismos lejanos, se transforman en el día a día de millones: en el precio de un carro, en la decisión de comprar o esperar, en el empleo que desaparece en una ensambladora o en una empresa de repuestos. La guerra comercial entre Estados Unidos y sus socios —Colombia incluida— no solo es una batalla de cifras. Es una batalla por el acceso, la soberanía económica y el control sobre las reglas del juego.
Del conflicto exterior al bolsillo interior
Estados Unidos, en su afán por proteger su industria local y presionar a sus aliados estratégicos, ha impuesto una serie de aranceles y condiciones más estrictas a los países con los que mantiene relaciones comerciales. Colombia, que importa gran parte de su parque automotor desde el norte, ha comenzado a sentir las ondas de choque de esa guerra arancelaria.
El impacto es doble: por un lado, los vehículos que llegan del exterior enfrentan mayores costos logísticos y fiscales. Por otro, las piezas y autopartes —muchas de las cuales son necesarias incluso para ensambladoras locales— también suben de precio, encareciendo los procesos nacionales. El resultado es un golpe directo al consumidor y un debilitamiento progresivo del tejido industrial local.
Industria nacional: resistencia en terreno inclinado
Colombia ha hecho esfuerzos por sostener una industria automotriz que no desaparezca del todo, aunque compite en condiciones desiguales. Empresas ensambladoras y fábricas de autopartes, muchas con décadas de historia, se han visto acorraladas por una combinación de factores: tratados de libre comercio mal negociados, incentivos asimétricos para importadores y ahora, un entorno geopolítico que amenaza con desfigurar aún más el mercado.
No es solo que suba el precio del carro. Es que se rompe un eslabón más en la frágil cadena del empleo técnico, la innovación local y la industria de baseLo que revela el alza de precios
El alza en los precios de los vehículos —que se prevé constante si la tensión con Estados Unidos no se desactiva— no es un fenómeno aislado. Es el síntoma de una vulnerabilidad estructural: Colombia no ha desarrollado una estrategia nacional para garantizar su autonomía industrial en sectores clave. El automóvil, además de bien de consumo, es símbolo de movilidad, aspiración de clase media, herramienta de trabajo. Si su acceso se vuelve elitista, también lo hará la posibilidad de progreso para muchos.
Más allá de la etiqueta del “libre mercado”, lo que vivimos es un mercado intervenido por intereses estratégicos donde el más fuerte impone los términos. Y Colombia —como muchas economías del sur— está pagando el precio de no haber diversificado suficientemente sus fuentes, ni fortalecido sus capacidades internas.
¿Reaccionar o repensar?
La pregunta que queda es incómoda, pero inevitable: ¿vamos a seguir reaccionando pasivamente a las guerras comerciales de otros países, o vamos a repensar nuestra política industrial y comercial con criterio estratégico? La industria automotriz no es solo una víctima: también puede ser un motor de transformación si se la protege, se la moderniza y se la integra en un plan de país que no dependa tanto de las decisiones de Washington o Beijing.
Hoy, mientras el consumidor asume silenciosamente el alza en los concesionarios, mientras el empresario ajusta presupuestos o suspende proyectos de expansión, lo que falta es una mirada nacional de largo plazo.
Una oportunidad disfrazada de crisis
A veces, las guerras comerciales ofrecen una excusa para actuar. Esta puede ser la oportunidad de rediseñar incentivos para la producción local, de exigir condiciones justas en tratados bilaterales, de impulsar alianzas tecnológicas regionales para no quedar atrapados en la dependencia permanente.
Porque si cada vez que hay una tensión global, Colombia paga con inflación, desempleo o desindustrialización, lo que está en juego no es solo el precio de un vehículo. Es nuestra capacidad de ser una economía con dirección propia.
Redacción de RMC Noticias
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