Opinión | La muerte del Papa Francisco: ¿Quién hablará ahora con el peso de la verdad?

Perdemos más que a un líder espiritual: se apaga una voz que desarmó el concepto de paz y lo volvió responsabilidad colectiva

Opinión | La muerte del Papa Francisco: ¿Quién hablará ahora con el peso de la verdad?
    Imagen : pantallzo del portal del vaticano 


Por Paulina  Arango  M

21 de abril de 2025

La muerte del Papa Francisco no es solo una pérdida para la Iglesia católica. Es un golpe profundo para la ética pública internacional. Su partida deja sin eco una voz que durante más de una década se atrevió a nombrar la paz no como un eslogan, sino como un mandato incómodo.

Francisco fue un líder que no habló para agradar. Habló para despertar. Y eso, en un mundo adormecido por la corrección diplomática, fue más que valiente: fue revolucionario.

Un lenguaje que no buscó aprobación

Lo que distinguió a Francisco fue su insistencia en decir lo que muchos evitaban. Cuando denunció la guerra en Ucrania, el comercio de armas, la tragedia de los migrantes, no lo hizo desde una cómoda neutralidad. Lo hizo desde la compasión, que para él era inseparable de la justicia.

La paz se construye con compasión, no con estrategias”, afirmó en repetidas ocasiones.

“Callen las armas. Que se abran caminos al diálogo”, clamó en su último mensaje Urbi et Orbi.

Sus palabras no eran abstractas. Eran intervenciones éticas. Incomodaban a líderes, gobiernos, incluso a obispos. Porque venían de alguien que no se conformó con consolar: eligió confrontar.

Un papado que desobedeció el protocolo

Francisco rompió el molde. Se negó a ser un Papa de mármol. Visitó campos de refugiados, abrazó a los descartados, denunció el modelo económico que, en sus palabras, “mata”. Y ese compromiso no fue estético: fue político, en el mejor sentido del término.

No hablaba desde los palacios, sino desde la herida. Desde Lampedusa hasta Mosul, su presencia significó una declaración: la fe no es neutral. Si lo es, se vuelve cómplice.

Un liderazgo moral que incomodaba

No fueron pocos los que buscaron moderarlo. Desde dentro y fuera del Vaticano, se le pidió contención, mesura, diplomacia. Pero Francisco eligió otra lógica: la del Evangelio como herramienta de transformación y no como ritual de consuelo.

Su insistencia en vincular paz con derechos, espiritualidad con justicia, lo hizo incómodo para los poderes establecidos. Y en ese rechazo, creció su relevancia.

¿Y ahora quién toma la palabra?

No sabemos si su sucesor sostendrá ese tono. El riesgo es que el Vaticano vuelva a la comodidad institucional, al lenguaje decorativo que no molesta a nadie. Porque ser una voz profética cuesta. Aísla. Exige.

Pero su ausencia no puede volverse silencio. Al contrario: obliga a tomar posición. La paz que él defendía no era una consigna. Era una tarea, una urgencia, un llamado ético colectivo.

Lo que no puede morir con él

Lo que se va con Francisco es más que una figura. Es un modo de estar en el mundo desde la fe, sin tibieza. Su legado no debe quedar en frases para compartir en redes. Debe vivirse con la misma radicalidad con la que él las pronunció.

Porque si algo nos enseñó, es que la paz —como justicia, como reparación, como acto político— no se delega. Se construye. Y se exige.

Hoy el mundo perdió una voz. Lo que no podemos perder es el eco que deja.


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