Entre aranceles, promesas rotas y millones de jóvenes sin empleo, el FMI y el BM intentan sostener un mundo que ya no está seguro de cómo seguir funcionando
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Redacción de RMC Noticias | Abril 2025
Washington, abril de 2025. Afuera florece la primavera. Adentro, en los salones bien climatizados del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, florecen las cifras. Y también las tensiones. Las Reuniones de Primavera de estas dos instituciones, que en teoría están diseñadas para calmar al mundo, hoy parecen más una sesión urgente de terapia de grupo para un sistema que ya no sabe cómo sostenerse a sí mismo.
La economía como campo de batalla: los aranceles no son solo impuestos
A veces las palabras aburren porque esconden cosas. “Guerra arancelaria” suena técnico, pero lo que está pasando no es solo un ajuste de tarifas: es el colapso lento del acuerdo tácito que sostenía el comercio internacional desde hace medio siglo.
Donald Trump ha vuelto a la Casa Blanca, y con él, una versión muscular del proteccionismo que prioriza el “América primero” aunque cueste “Mundo último”. Los efectos no se hacen esperar: menos confianza, menos inversiones, más inflación.
Y lo más preocupante: nadie parece tener un plan B.
FMI: Las cifras bajan, los discursos suben
Kristalina Georgieva, directora del FMI, no se anda con rodeos. Esta semana ha anticipado lo que ya todos sienten: el crecimiento global va en descenso, y la inflación, en ascenso. Pero lo que verdaderamente preocupa no es la economía como tal, sino el estado emocional del sistema.
“Estamos viendo una erosión de la confianza”, dice Georgieva. Lo que no dice —pero todos entienden— es que eso es casi peor que una recesión.
La publicación del World Economic Outlook será como un termómetro colectivo: las cifras estarán ahí, pero lo importante será leer entre líneas. Qué se espera. Qué se teme. Qué ya se da por perdido.
Banco Mundial: 1.200 millones de jóvenes y un mundo sin sillas suficientes
Ajay Banga, presidente del Banco Mundial, trajo esta vez una alarma silenciosa: en los próximos 10 años, 1.200 millones de jóvenes buscarán empleo… y no lo encontrarán. Hay un hueco de 700 millones de trabajos que no existen, ni se están creando, especialmente en los países del sur global.
Esta no es solo una estadística. Es una bomba social de relojería.
Sin empleos, no hay ingresos. Sin ingresos, no hay salud, educación ni futuro. Sin futuro, hay rabia. Y la rabia, como sabemos, no cotiza en bolsa, pero sí estalla en calles, urnas y fronteras.
¿Y qué hace Estados Unidos en todo esto?
Estados Unidos sigue siendo el principal accionista del FMI y del BM. Pero su rol es, cuanto menos, contradictorio. Lidera la mesa, pero duda del menú. Invita a la fiesta, pero amenaza con irse si no le gusta la música.
La actual administración, encabezada nuevamente por Trump, cuestiona el multilateralismo y aún no ha definido si mantendrá el apoyo financiero a organismos como la Asociación Internacional de Fomento. La ayuda de Biden de 4.000 millones de dólares está en revisión, como casi todo lo que hizo su antecesor.
Y mientras tanto, el resto del mundo espera señales… o asume que no llegarán.
¿Qué sentido tienen estas reuniones hoy?
Mucha gente se pregunta si estas reuniones sirven para algo. La respuesta es incómoda: sí, pero cada vez menos. En su origen, eran foros de coordinación para evitar crisis. Hoy, son espacios donde los países más afectados piden ayuda, y los que pueden ayudar debaten si quieren hacerlo.
La diplomacia económica funciona mejor cuando hay un relato común. Pero ese relato —de cooperación, apertura, confianza— está hecho pedazos.
Lo que queda: realismo, responsabilidad y una pizca de coraje
La gran paradoja de esta edición 2025 es que, aunque los discursos hablen de “resiliencia”, el mundo parece más frágil que nunca. Y sin embargo, también más despierto. Más consciente de que las soluciones no vendrán solas.
El FMI y el BM no pueden cambiar el mundo solos. Pero sí pueden —y deben— dejar de hablar como si nada pasara.
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