Colombia, Brasil y Chile plantean un giro multilateral en Pekín, mientras EE. UU. observa con recelo el avance de China en América Latina
Foto : Prensa Presidencia
La IV Reunión Ministerial del Foro China-Celac no fue una cumbre más. Tampoco fue un acto diplomático vacío, como suelen ser vistos estos encuentros por fuera de los círculos de poder. En cambio, sí pareció marcar el inicio de una conversación incómoda, pero inevitable: América Latina está buscando nuevos caminos, y China aparece como el interlocutor más receptivo. Estados Unidos, por su parte, asiste en silencio —aunque no sin incomodidad— al giro que toma el continente.
En el centro del escenario, tres voces latinoamericanas coincidieron con inusual claridad: Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil), Gabriel Boric (Chile) y Gustavo Petro (Colombia). Cada uno, desde su visión particular, defendió un multilateralismo autónomo, con derecho al libre comercio y a la cooperación estratégica sin imposiciones. A su vez, el presidente Xi Jinping respondió con cifras y gestos: cinco nuevos programas de cooperación y un crédito global por 35,6 billones de pesos para los países del bloque.
Un mismo llamado desde tres acentos distintos
La coincidencia entre los tres mandatarios latinoamericanos fue más que retórica. Fue una toma de postura política. Lula alertó sobre el riesgo de que América Latina siga siendo percibida como "una región pobre del mundo", si no se une y actúa con visión común. Boric defendió el libre comercio como “encuentro entre pueblos” y criticó cualquier intento de imposición externa. Petro, por su parte, propuso que Colombia se convierta en un nodo tecnológico entre Asia, Europa y América, gracias a su ingreso a la Ruta de la Seda.
“No hay salida para ningún país individualmente. O nos juntamos, o seguiremos siendo irrelevantes”, advirtió Lula, con tono de experiencia y advertencia histórica.
Sus palabras no se quedaron en la teoría. Recordó que China ya supera al Banco Mundial y al BID en volumen de inversión directa en la región, y pidió que la revolución digital no profundice el abismo tecnológico, sino que permita un desarrollo con equidad.
Xi Jinping: una oferta sin condiciones... o sin contrapesos
El presidente chino, Xi Jinping, no perdió la oportunidad de consolidar su influencia con pragmatismo: anunció la creación de cinco programas estratégicos —en economía digital, cooperación climática, seguridad alimentaria y educación— y un fondo de 65 mil millones de yuanes para financiar proyectos de desarrollo en América Latina y el Caribe.
“En un mundo lleno de riesgos interconectados, China apuesta por la unidad, la cooperación y el respeto mutuo”, afirmó Xi, al tiempo que hizo un llamado a “rechazar las injerencias externas”.
El mensaje fue directo. En tiempos de tensiones con Estados Unidos, China está posicionando su relación con América Latina como una asociación entre iguales, sin condicionalidades ni alineamientos ideológicos. La pregunta es si esa neutralidad aparente será sostenible, o si terminará generando nuevas formas de dependencia.
Estados Unidos observa con recelo: ¿alianza pragmática o amenaza geoestratégica?
La reacción de Washington no se hizo esperar en los círculos diplomáticos, aunque sin comunicados oficiales de confrontación. La presencia conjunta de los presidentes de Colombia, Brasil y Chile en Pekín encendió las alarmas en la Casa Blanca, que sigue viendo a América Latina como una esfera de influencia estratégica, especialmente en tiempos de rivalidad creciente con China.
Fuentes cercanas al Departamento de Estado han señalado que este tipo de cooperación podría “socavar los intereses económicos y de seguridad de Estados Unidos”, en un contexto marcado por guerras comerciales, tensiones en el Indo-Pacífico y un reposicionamiento global de las cadenas de suministro.
La adhesión de Colombia a la Ruta de la Seda, en particular, rompe con una tradición histórica de alineamiento con la potencia del norte y abre interrogantes sobre el futuro de la relación bilateral. En Washington, muchos no ven con buenos ojos una Colombia conectada digitalmente con Asia bajo infraestructura china, ni la idea de que territorios como Buenaventura o San Andrés se conviertan en nodos tecnológicos globales bajo modelos ajenos al estándar occidental.
¿Multilateralismo o independencia estratégica?
Aunque el término “multilateralismo” dominó todos los discursos, cada presidente lo entendió desde una clave distinta. Para Lula, significó justicia económica y unidad regional. Para Boric, fue diálogo sin imposiciones. Para Petro, una oportunidad para tejer una nueva arquitectura digital desde el Sur.
“El futuro no depende del presidente Xi Jinping, ni del presidente de Estados Unidos, ni de la Unión Europea. Depende de nosotros, si queremos ser grandes o seguir siendo pequeños”, sentenció Lula, en un llamado a la acción continental.
Boric fue igualmente claro: “La autonomía estratégica es clave. El comercio no debe imponerse, sino ser el resultado del encuentro voluntario entre pueblos.” Y pidió además que las naciones del norte asuman su responsabilidad en la crisis climática global, recordando que el crecimiento industrial de las potencias es también causa del deterioro ambiental actual.
Colombia como nodo digital y América Latina como bisagra global
Petro apostó por un mensaje ambicioso: convertir a Colombia en el corazón digital de un nuevo orden internacional, conectando continentes a través de infraestructura de inteligencia artificial y cables submarinos. Y propuso que jóvenes de regiones marginadas —como Zipaquirá, San Andrés o Buenaventura— puedan generar ingresos globales sin abandonar sus territorios.
Pero más allá del idealismo, el presidente también asume un riesgo: entrar al juego geopolítico sin red. Mientras busca autonomía frente a EE. UU. y afinidad pragmática con China, Colombia se enfrenta al desafío de no quedar atrapada en medio de dos modelos enfrentados de gobernanza digital, desarrollo y control del conocimiento.
Un momento de bifurcación histórica
El Foro China-Celac dejó una certeza: América Latina está en busca de una voz propia en el siglo XXI, y China se presenta como el primer interlocutor dispuesto a escuchar sin exigir obediencia. Pero también dejó una advertencia: el equilibrio entre autonomía y dependencia, cooperación y soberanía, no será fácil de mantener.
La oportunidad está abierta, pero no garantizada. Los discursos, por sí solos, no transforman realidades. Para que la promesa del nuevo multilateralismo se vuelva tangible, harán falta políticas concretas, continuidad institucional, inversión inteligente y un enfoque de desarrollo que no repita las desigualdades del pasado.
Y quizás, sobre todo, una ciudadanía que observe, cuestione y exija que las decisiones globales se traduzcan en cambios locales, y no en nuevas formas de subordinación, aunque ahora provengan del otro lado del océano.
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