Lluvias intensas ponen en crisis la Biblioteca Mario Carvajal de Univalle: entre el agua y el abandono
La emergencia, que ha obligado al cierre temporal del recinto, es síntoma de algo más profundo: la fragilidad de la infraestructura pública que sostiene, día tras día, procesos vitales de formación, acceso al conocimiento y memoria cultural.
Goteras sobre el saber: una crisis que cae del techo
Las imágenes circulan en redes sociales con fuerza. En ellas se observa una biblioteca herida: pasillos anegados, estanterías goteando, libros en riesgo. El agua no solo se cuela desde el techo —donde las filtraciones son constantes—, sino que también fluye desde el exterior, atravesando marcos de puertas y cubriendo salas de lectura.
El aviso ubicado a la entrada del recinto no deja lugar a dudas:
El tono burocrático del mensaje contrasta con la magnitud del problema: estamos hablando de un espacio que alberga más de 500.000 títulos, frecuentado por miles de estudiantes, docentes e investigadores a diario. No es solo una biblioteca cerrada; es una pausa forzada en la vida académica de toda una comunidad universitaria.
Lo que dicen quienes habitan la universidad
Aunque la institución aún no ha emitido un pronunciamiento oficial amplio, la voz del estudiantado sí ha comenzado a circular, muchas veces por medios informales. Videos grabados por estudiantes muestran los estragos: charcos que obligan a rodear los pasillos, libros amenazados por la humedad, zonas de estudio inutilizadas.
La infraestructura educativa como reflejo del abandono estructural
No es un caso aislado. Lo ocurrido en la Biblioteca Mario Carvajal es apenas una muestra de la vulnerabilidad en la que operan muchas instituciones públicas en Colombia. La infraestructura educativa se enfrenta a una doble presión: por un lado, el desgaste del tiempo; por otro, la inercia institucional.
Mientras se destinan recursos a grandes obras visibles o eventos de alto impacto mediático, los espacios del saber —callados, constantes, fundamentales— se deterioran en silencio. Y cuando la crisis es visible, como en este caso, lo urgente se impone a lo importante: se cierran puertas, se seca el agua, se reabren salas… pero poco se transforma en el fondo.
No solo se moja la biblioteca: también se erosiona la confianza
Para quienes estudian, investigan o simplemente leen, la biblioteca es mucho más que un edificio. Es un lugar de encuentro, una herramienta de igualdad, un refugio. Cuando este espacio se cierra, no solo se pierde acceso a libros: se interrumpe un derecho.
El riesgo, entonces, no es solo físico. Es simbólico. ¿Qué mensaje se envía cuando una universidad pública no puede proteger su patrimonio bibliográfico ni garantizar el acceso básico a su comunidad?
Un llamado a la acción: secar es solo el comienzo
No basta con limpiar el agua. Es urgente una revisión profunda de la infraestructura, una auditoría pública sobre los planes de mantenimiento y un compromiso claro con la preservación del patrimonio académico.
Porque no se trata solo de proteger libros. Se trata de proteger lo que los libros representan: acceso, memoria, justicia social, futuro.
Y en un país que necesita más que nunca abrir puertas al conocimiento, no podemos permitir que la lluvia las cierre por falta de previsión.
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