La comunidad se moviliza mientras el país enfrenta una realidad que se repite con dolorosa frecuencia.
Por Redacción RMC Noticias –
Una marcha que es más que una protesta
El 6 de mayo de 2025, Jamundí no marchó solo por un niño. Marchó por todos los niños que crecen en territorios donde la infancia es frágil, y la violencia, persistente. El secuestro de un menor de 11 años en Potrerito, zona rural del municipio, fue el detonante de una movilización espontánea, masiva, profundamente humana.
No era solo una protesta. Era una expresión de agotamiento colectivo, de dolor compartido. Una forma de decir: esto no puede seguir pasando.
El secuestro que estremeció a un pueblo
El niño fue raptado el pasado 3 de mayo por miembros del grupo armado Jaime Martínez, disidencia de las FARC, bajo el mando de alias Iván Mordisco. Según declaraciones oficiales del ministro de Defensa, Pedro Sánchez, el menor permanece privado de su libertad, vendado, bajo control armado. El ministro no dudó en calificar el hecho como “cruzar todos los límites del horror”. Y no exageró.
Porque cuando un niño es secuestrado, no solo se atenta contra su libertad: se atenta contra la estructura emocional de una sociedad que, por momentos, parece vivir acostumbrada al espanto.
Una comunidad que ya no quiere resignarse
En Jamundí no hubo miedo, hubo coraje. Cientos de personas tomaron las calles con pancartas, velas encendidas y la voz al unísono pidiendo lo mismo: “¡Liberen al niño!”. Es un gesto de humanidad, pero también una advertencia: el silencio no es opción.
En un país donde los datos de violencia a menudo se leen como cifras frías, la movilización fue una forma de recuperar el sentido de lo humano. Porque detrás del titular hay una madre que no duerme, una familia quebrada, una comunidad en vilo.
Recompensa sí, pero ¿y la prevención?
Hablar de reacción estatal sin hablar de prevención estructural es quedarse a mitad del camino. Los territorios no pueden seguir siendo noticia solo cuando ocurre una tragedia.
¿Y ahora qué? Una pregunta que interpela al país
La voz que se alzó en Jamundí no solo pide justicia. Exige memoria, coherencia, presencia estatal real. Porque mientras haya niños secuestrados, el discurso de la paz sigue siendo una deuda.
La situación no es nueva, pero cada caso nos obliga a volver a mirar, a no acostumbrarnos. A no permitir que el miedo se normalice ni que la indiferencia se imponga.
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