Una celebración de la identidad sonora de los Andes colombianos, entre tensiones sociales y esperanza cultural
Redacción RMC Noticias / 29 de mayo de 2025
El Festival Mono Núñez no es solamente un evento: es una declaración cultural, una suerte de resistencia melódica que, cada año, se alza desde Ginebra, Valle del Cauca, para recordarnos que lo propio, lo íntimo, lo identitario, aún tiene un lugar en el corazón de Colombia.
Hoy, cuando se inaugura la edición número 51 del Festival (29 de mayo al 1 de junio), más de 25 mil personas —entre locales, turistas nacionales y visitantes internacionales— convergen en este municipio para rendir homenaje a la música andina colombiana. Pero lo que está en juego aquí no es solo un repertorio musical: es un tejido comunitario, una memoria compartida, una forma de habitar el país desde el arte.
Ginebra, entre la magia y el mercadeo
La Gobernación del Valle del Cauca, a través de su Secretaría de Turismo, ha posicionado a Ginebra como uno de los llamados “pueblos mágicos”. Con más de 28 espacios gastronómicos y más de 20 alojamientos disponibles, la estrategia turística parece funcionar: se espera la llegada de más de 9 mil visitantes externos, con un 3 % provenientes del extranjero.
Sin embargo, la narrativa oficial —aunque válida y necesaria en términos de promoción— no debe invisibilizar el hecho de que estos encuentros culturales son, también, espacios atravesados por desigualdades, tensiones sociales y debates sobre el verdadero lugar de la cultura en el desarrollo regional.
Música andina: ¿tradición viva o nostalgia embalsamada?
El repertorio que se interpretará durante el festival está anclado en la tradición de los Andes colombianos: bambucos, pasillos, guabinas. Pero la pregunta que resuena entre algunos de los asistentes más críticos es si esta música está viva, transformándose con el tiempo, o si está siendo reducida a un objeto de consumo turístico y nostálgico.
La contradicción no es menor. ¿Qué significa mantener viva una tradición? ¿Hasta qué punto es válido adaptarla a los gustos del presente sin perder su esencia? ¿Y quién decide eso?
Las audiciones privadas, las pruebas de sonido y las presentaciones públicas de los concursantes son más que actos técnicos: son instancias en las que se juega la autenticidad de una expresión cultural frente al espectáculo.
Gastronomía, paisaje y cultura: el tríptico turístico de Ginebra
En paralelo a la música, el Festival se convierte en una vitrina de la identidad culinaria de Ginebra. Desde el tradicional sancocho de gallina hasta innovaciones como hamburguesas de carne angus, la oferta gastronómica funciona como punto de encuentro entre lo local y lo global. Es otra forma de narrar lo propio —desde el sabor—, en medio de una economía que exige rentabilidad cultural.
El entorno natural y arquitectónico también juega un papel crucial. Las montañas, las calles empedradas, el calor humano, configuran una experiencia que va más allá del espectáculo musical. Pero hay que tener cuidado con romantizar: la infraestructura turística, si bien ha mejorado, todavía enfrenta desafíos, sobre todo cuando se trata de garantizar inclusión, sostenibilidad y acceso equitativo.
El Festival en contexto: entre la celebración y la crítica
Este año, a pesar del contexto nacional de movilizaciones y protestas sociales, las delegaciones han llegado sin mayores contratiempos. La música, en este sentido, vuelve a aparecer como ese lenguaje común que permite continuar, a pesar de todo.
Pero el Mono Núñez también debe ser leído críticamente. No basta con que sea un festival “bonito” o “tradicional”. Es vital que sea un espacio donde se reflexione sobre el papel de la cultura en la cohesión social, la educación y la transformación del territorio.
Porque celebrar la cultura andina no debe ser un acto de clausura, sino de apertura: un ejercicio de diálogo intergeneracional, de inclusión real, de reconocimiento de las múltiples Colombias que convergen en una misma melodía.
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