¿Nuevo estallido social en Colombia? Las palabras de Petro tras el hundimiento de la consulta

 Entre la indignación y la responsabilidad: el límite de las palabras presidenciales en tiempos de tensión

¿Nuevo estallido social en Colombia? Las palabras de Petro tras el hundimiento de la consulta
    Foto: Prensa Presidencia 


Editorial RMC Noticias/ 15 de mayo de 2025

 Las palabras pesan más cuando hay heridas abiertas

Colombia no ha cerrado del todo las cicatrices del estallido social de 2021. Aún hay madres que lloran hijos, jóvenes con secuelas físicas y emocionales, y un país con miedo a que la protesta se convierta otra vez en violencia. Por eso, cuando el presidente Gustavo Petro dice desde China que “ha llegado la hora del pueblo” y convoca a cabildos abiertos tras el hundimiento de la consulta popular, no está lanzando una consigna más: está moviendo fibras que aún duelen.

Y aunque su llamado fue explícitamente no violento, la historia reciente nos obliga a preguntarnos con seriedad: ¿hasta dónde puede tensarse la cuerda entre el Estado y la sociedad sin que se rompa otra vez?

Un Senado que cierra la puerta, pero también una democracia que necesita cauces

La consulta popular fue derrotada por una mayoría mínima: 49 votos en contra frente a 47 a favor. Lo que se dirimía no era una ley, sino la posibilidad de que el pueblo opinara directamente sobre temas como los recargos dominicales o las jornadas laborales.

El presidente denunció fraude parlamentario y recordó el 19 de abril de 1970, fecha que marca el nacimiento del M-19 tras unas elecciones plagadas de irregularidades. Petro habló de trampa, de traición, de burla al pueblo. Y puede que tenga razón en lo técnico o en lo ético. Pero el tono del mensaje, en un país con pólvora social acumulada, exige más mesura que épica.

 Movilización sí, pero sin romanticismo de confrontación

El jefe de Estado convocó a cabildos abiertos en todos los municipios y pidió a las fuerzas militares “no levantar un solo arma contra el pueblo”. Es una frase poderosa, necesaria incluso, ante el miedo de que se repita la represión de 2021. Pero también es una frase con doble filo.

Porque si bien es legítimo convocar a la organización popular, cuando lo hace un presidente con el poder de movilización simbólica que tiene Petro, no se puede ignorar el contexto de polarización, frustración social y desconfianza institucional. En política, las palabras no se lanzan al vacío: pueden encender o calmar. Pueden construir o incendiar.

El derecho a la indignación no puede ser excusa para un nuevo caos

Que la gente quiera salir a las calles a manifestarse es constitucional y legítimo. Que lo haga con rabia, también. Pero Colombia no puede darse el lujo de repetir el trauma de la violencia callejera, ni el Estado puede volver a actuar con brutalidad.

El peligro ahora no es solo la represión. Es también la frustración acumulada sin cauces claros de resolución, la narrativa de traición desde el poder y la sensación de que ya no existen herramientas democráticas eficaces.

Cabildos abiertos: oportunidad o catarsis sin canal institucional

El llamado a cabildos abiertos puede ser una oportunidad para revitalizar la democracia participativa. Pero también puede convertirse en una vía paralela, simbólica y sin efecto práctico, que aumente la desconexión entre las instituciones y la ciudadanía. Sin ruta clara hacia la acción legislativa, la asamblea popular se queda en expresión emocional, no en solución política.

La gran pregunta es: ¿cómo traducir el descontento en reforma sin que estalle la rabia? ¿Cómo hacer que la calle dialogue con el Congreso y no se enfrenten mutuamente como enemigos?

Firmeza sin romanticismo, movilización sin incendiar la pradera

Petro tiene derecho a indignarse. También lo tiene el pueblo. Pero quien dirige un país no solo canaliza emociones: tiene el deber de convertirlas en soluciones. Y eso pasa por templar el tono, abrir caminos de diálogo institucional y no romantizar la confrontación con el poder, cuando el poder también está en sus manos.

Colombia está cansada, fracturada y dolida. Y no está para una nueva implosión. Está para que la democracia funcione, incluso cuando duele. Y eso exige responsabilidad de todos, especialmente de quien encarna la jefatura del Estado.


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