OPINIÓN | Petro, la espada y la consulta: ¿una revolución simbólica o una urgencia política?

Entre gestos históricos y reformas bloqueadas, el pueblo vuelve a ser convocado

La espada, el pueblo y la consulta popular: ¿Un giro o un espejismo en la política colombiana?
    Foto: Prensa presidencia

Por: Paulina A Arango M

La escena que sacudió la Plaza de Bolívar

El primero de mayo de 2025, el presidente Gustavo Petro caminó desde la Casa de Nariño hasta el Congreso con la espada de Simón Bolívar en alto. Custodiado por uniformados de época y acompañado de una multitud, entregó al Senado no solo una urna de cristal con una reliquia histórica, sino una propuesta de Consulta Popular con doce preguntas que apuntan al corazón de los derechos laborales en Colombia.

No era solo un acto protocolario. Era, en palabras del propio mandatario, “la espada al poder”. Un mensaje con fuerza simbólica… y con implicaciones que aún no terminamos de digerir.

La espada no es neutra: cuando el símbolo toma partido

La espada de Bolívar no es un ornamento ni un souvenir revolucionario. En manos de Petro, se convierte en alegoría de ruptura, en señal de combate. Pero el combate no es necesariamente contra la oligarquía del siglo XIX, sino contra las estructuras contemporáneas del poder que —según denuncia el presidente— han torpedeado las reformas sociales en el Congreso.

El acto remite a la historia, pero también interpela el presente. ¿Qué significa, hoy, empuñar una espada en nombre del pueblo, si no se tiene claro cómo se traducirá ese gesto en garantías jurídicas, equidad laboral o transformación institucional? Una espada sin hoja legislativa puede terminar siendo apenas un espectáculo.

La consulta popular: síntoma y síntesis de una democracia disfuncional

La propuesta de Consulta Popular llega tras dos intentos fallidos del Gobierno por lograr que el Congreso tramite una reforma laboral. Ambas iniciativas murieron en la Comisión Séptima, ahogadas en silencios, tácticas dilatorias y falta de voluntad política.

Por eso, Petro lleva el debate a las calles y a las urnas. Apela directamente a la ciudadanía. Y en ese gesto hay tanto una estrategia de presión como un reconocimiento implícito: el sistema representativo está fallando.

Pero una consulta no es una solución mágica. Puede ser legítima en la forma, pero limitada en el fondo si no se acompaña de pedagogía, debate plural y mecanismos de implementación efectiva. No basta con movilizar al pueblo si luego las decisiones se diluyen entre tecnicismos o indiferencia institucional.

El pueblo movilizado: entre entusiasmo y escepticismo

La Plaza de Bolívar, repleta de banderas, voces y consignas, refleja un hecho innegable: hay un sector amplio de la sociedad que se siente excluido del debate formal y ve en Petro una posibilidad de representación directa.

Pero sería ingenuo pensar que la totalidad del pueblo colombiano acompaña esta iniciativa sin reservas. También hay escepticismo legítimo: ¿Es esta consulta una herramienta para escuchar o para imponer? ¿Es un puente o una barricada? ¿Qué mecanismos garantizarán que el resultado se respete?

Una ciudadanía informada no puede limitarse al “sí” o “no”. Necesita contexto, garantías y claridad sobre las consecuencias. Porque si bien el pueblo tiene el derecho a decidir, también tiene derecho a no ser instrumentalizado.

El Congreso, en entredicho: representación en crisis

La otra cara de esta historia es el Congreso. Una institución que, atrapada en sus propias lógicas de poder, ha mostrado su desconexión con los clamores sociales. El archivo de reformas esenciales para millones de trabajadores lo demuestra.

Pero también es cierto que la consulta, al saltarse parcialmente los canales deliberativos, puede ser leída como un mensaje implícito de desconfianza institucional. Y aquí emerge la tensión central: ¿puede coexistir la democracia directa con la democracia representativa, o una debe desplazar a la otra?

Entre el símbolo y la realidad

La espada de Bolívar regresó a la Casa de Nariño, donde reposará mientras el Congreso decide si permite que el pueblo vote. La imagen fue potente, pero queda abierta la pregunta más difícil: ¿esa espada abrirá un nuevo ciclo democrático o quedará como un gesto sin impacto real?

Petro apuesta por la movilización y por una narrativa de ruptura que entusiasma a muchos y preocupa a otros tantos. La consulta puede ser una oportunidad para devolverle poder a la ciudadanía, pero también puede convertirse en una prueba de fuego para la madurez institucional del país.

Colombia no necesita más símbolos; necesita transformaciones tangibles, democracias que funcionen, derechos garantizados. La espada de Bolívar no debe quedarse en la foto: debe traducirse en justicia social.


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