En medio de brechas históricas, comunidades rurales del Valle comienzan a vivir el impacto de una acción concreta: agua más limpia y segura para todos.
Cuando el agua deja de ser un riesgo
Durante años, el agua ha sido tanto un recurso vital como un factor de riesgo. Diarreas crónicas, infecciones estomacales y una vida entera condicionada por hervir el agua o recolectarla de fuentes dudosas. Hoy, gracias al trabajo articulado entre comunidades, autoridades locales y aliados del sector privado, más de 220 acueductos han pasado de estar en riesgo alto o inviable sanitariamente, a niveles seguros o manejables. En un país donde el acceso digno al agua todavía es desigual, este avance representa más que un logro técnico: es una deuda histórica que empieza a saldarse.
Detrás de cada mejora, hay un rostro y una historia
María Elena, lideresa comunitaria de una vereda en Trujillo, cuenta que hace años no confiaba en el agua que llegaba a su casa. “Nos enfermábamos seguido. Era normal. Ahora sentimos que por fin nos están mirando”. Como ella, cientos de líderes rurales participaron en los diagnósticos que permitirán la instalación de más de 1.900 filtros durante este año. Es una tarea paciente, de escuchar, de recorrer trochas y entender realidades. Pero es también un ejemplo de que la gestión pública puede hacerse con los pies en la tierra, y no solo desde escritorios.
Foto: Comunicaciones Gobernación del Valle del CaucaAgua limpia: punto de partida para otros derechos
Mejorar el agua no lo resuelve todo, pero es el primer paso para que muchos otros derechos florezcan. Sin agua potable, la salud se deteriora, los niños faltan al colegio, las mujeres pierden horas del día recolectándola. Por eso, esta apuesta va más allá de un informe de gestión: es una afirmación de que la vida rural merece dignidad. Merece inversiones sostenidas, vigilancia, continuidad. No basta con llegar una vez: hay que quedarse y acompañar.
Lo esencial sí puede ser visible
Desde este medio, celebramos este avance. Pero también creemos que estos logros deben verse como lo que realmente son: el punto de partida de un camino más largo. Que el agua llegue limpia a más hogares debe ser una constante, no una excepción. Porque detrás de cada acueducto mejorado hay una familia que ya no enferma, una madre que descansa, un niño que sonríe. El agua no solo hidrata: da paz, da futuro. Y como sociedad, tenemos el deber de exigir que este tipo de acciones no se detengan, que el agua deje de ser una lucha y se convierta, al fin, en un derecho cotidiano.
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