Un país donde disentir cuesta caro, y la democracia sangra en silencio
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Por: Paulina Arango M
¿Quién mandó a matar a Miguel Uribe Turbay?
Una pregunta recorre en voz baja el país, sin que nadie quiera o pueda dar una respuesta clara: ¿quién ordenó el atentado contra Miguel Uribe Turbay? Un hecho que no solo impacta por la gravedad del ataque, sino por la profunda herida que representa para una democracia cada vez más frágil y polarizada.
Voces que duelen y silencios que incomodan
Miguel Uribe Turbay, una figura polémica y controversial, no merecía que un disparo pusiera en riesgo su vida. En una democracia sana, la discrepancia se resuelve con ideas y debate, no con balas. El atentado, ocurrido en el parque del barrio Modelia en Bogotá, expone un sistema político que parece estar en colapso, donde la violencia política ya no es excepción, sino parte de una lógica perversa.
Pese a la gravedad, rápidamente el hecho fue instrumentalizado para polarizar aún más, acusando directamente al presidente Gustavo Petro de ser responsable del clima de odio que habría propiciado el ataque. Líderes políticos y medios de comunicación se sumaron a esta narrativa, en un ciclo que condena la violencia con una mano y alimenta la división con la otra.
Más allá del autor material: la cadena de responsabilidades
Que un menor de 14 años haya sido señalado como autor material refleja un fracaso colectivo. Ese niño, que debería estar en la escuela, fue arrastrado por un sistema quebrado, una política excluyente y una sociedad que no protege a sus jóvenes. El atentado no es un acto aislado: es la consecuencia de discursos violentos, de omisiones estatales y de un ambiente social saturado de intolerancia.
La violencia política en Colombia no surge en el vacío. Es hija de un contexto donde la paz la hicieron trizas, las reformas estruturales se estancan y la desconfianza se extiende. La campaña presidencial sin líderes firmes, un Congreso más preocupado por cuotas de poder que por soluciones para un pueblo que los eligió, y una ciudadanía agotada que ve cómo su calidad de vida desmejora, alimentan un caldo de frustración y rabia que estalla en tragedias como esta.
El país que sangra con Uribe Turbay
Miguel Uribe Turbay permanece en cuidados intensivos, luchando por su vida. Pero la herida va más allá de su cuerpo: es la herida abierta de una Colombia dividida, donde disentir se ha vuelto peligroso. El atentado nos confronta con la crisis de nuestra convivencia y la urgencia de reconstruir un espacio público donde la violencia no sea respuesta ni opción.
No hay balas que puedan silenciar la verdad ni anestesiar el malestar que cala en una sociedad fragmentada. La pregunta sobre quién ordenó el ataque es también una invitación a mirar adentro: a cuestionar cómo hemos permitido que la polarización, el odio y la impunidad se conviertan en el lenguaje cotidiano.
Un llamado a la honestidad y al cambio
Mientras el país guarda silencio, la democracia se desangra. No basta con condenar el atentado: es necesario entender las raíces profundas que lo hicieron posible y trabajar en una política donde el respeto a la vida y la diferencia sean el fundamento.
Porque mientras no enfrentemos con honestidad esta realidad, seguirán cayendo voces y con ellas, la esperanza de un país que sueña con la paz y la justicia.
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