En medio de la desigualdad y la violencia urbana, más de 2.500 jóvenes en Cali están cambiando el rumbo de sus vidas con educación, comunidad y segundas oportunidades
Cali, julio 16 de 2025. En una ciudad marcada por contrastes profundos y heridas sociales abiertas, los titulares suelen estar ocupados por cifras de homicidios, atracos o conflictos de pandillas. Pero entre los márgenes de ese panorama, también hay otras historias que merecen atención: las de jóvenes que, habiendo transitado por caminos complejos, están intentando reescribir su destino. Eso es lo que está ocurriendo con más de 2.500 jóvenes caleños que hacen parte del programa ‘En la Buena’.
El cambio no empieza en un escritorio
Contrario a lo que muchos imaginan, los cambios sociales profundos no siempre comienzan en oficinas o con grandes discursos. A veces, nacen en una cancha de microfútbol, en una jornada de pintura comunitaria o en un salón donde alguien por fin vuelve a abrir un libro después de años. Desde 2024, el programa ha logrado reunir a jóvenes de comunas históricamente golpeadas por la pobreza y la violencia —como la 1, 13, 15, 16, 18 o 21— y ofrecerles algo que no suele abundar en sus barrios: una oportunidad sin condiciones, sin estigmas, sin miedo.
Más que cifras: vidas que se reencaminan
En 2024 fueron 1.800 los jóvenes atendidos. En el primer semestre de 2025 se sumaron 761 más, con presencia activa en ocho comunas, 833 actividades realizadas, siete salidas pedagógicas y 77 acciones restaurativas. Pero esas cifras, sin contexto, no cuentan lo esencial. No explican cómo un joven que estuvo al borde de la muerte por un ajuste de cuentas decide ahora convertirse en mediador de su barrio. No explican lo que significa para alguien que fue expulsado del sistema escolar hace una década, volver a estudiar y terminar el bachillerato. Eso fue lo que ocurrió con 438 jóvenes que se graduaron este martes, en pleno centro de Cali.
Foto: Comunicaciones Alcaldía de Cali
El significado de un diploma
En el Teatro Municipal Enrique Buenaventura, la escena fue inusual: cientos de jóvenes —muchos con tatuajes visibles, cicatrices de bala, miradas duras, pero firmes— recibiendo un diploma de bachiller. Para algunos fue la primera vez que sus padres los vieron subir a una tarima a recibir un reconocimiento. Para otros, era simplemente la confirmación de que no todo está perdido. “Hoy sí nos brindan esa ayuda”, dijo Karen Lorena Asomarín, una de las graduadas. La frase es sencilla, pero demoledora. Resume años de ausencia institucional en los territorios, donde muchas veces la única opción parecía ser el delito o el silencio.
Jóvenes que ahora median en sus propios barrios
Además de los títulos académicos, 206 jóvenes fueron certificados como Promotores de Convivencia, capacitados para resolver conflictos y actuar como líderes comunitarios. La apuesta es clara: fortalecer desde adentro los lazos sociales y hacer que la prevención del delito no dependa solo de la Policía, sino también de quienes habitan y conocen sus barrios. Algunos incluso han expresado su deseo de ingresar a la Policía Nacional, no para reprimir, sino para transformar desde adentro esa institución.
No es caridad: es reparación
Este tipo de programas muchas veces son etiquetados como “intervenciones sociales”, “estrategias de prevención” o “políticas de inclusión”. Pero para quienes realmente conocen los territorios, ‘En la Buena’ no es un favor ni una limosna: es una forma de reparar años de abandono. Es un intento —imperfecto, frágil, pero valiente— de generar equidad en una ciudad donde el código postal aún determina si un joven llega vivo a los 25 años o no.
Si se les da la oportunidad, los jóvenes sí responden
Desde este medio, insistimos en una idea incómoda pero urgente: la juventud popular no necesita salvadores, necesita condiciones. Necesita acceso real a educación, salud, empleo y espacios culturales. Lo que está ocurriendo con ‘En la Buena’ en Cali no es milagro ni casualidad. Es el resultado de una decisión política y comunitaria de mirar a los jóvenes no como amenaza, sino como fuerza transformadora. El diploma que recibieron no es solo un papel: es una llave. Ojalá Cali no deje que esa puerta se cierre.
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