Rescatada en Palmira, esta hembra de caimán aguja pasó más de medio siglo en encierro. Hoy inicia un nuevo capítulo, pero su historia expone una realidad dolorosa: la del tráfico de fauna en Colombia.
Foto: Comunicaciones CVC
Una historia de encierro, silencio y resistencia
Durante 54 años, La Ñata, una caimán aguja (Crocodylus acutus), vivió lejos del río, del sol libre, de los pantanos donde debería haber crecido. Su historia no empieza con su rescate, sino con su captura, ocurrida hace más de cinco décadas. Fue apenas en octubre de 2024 que este ejemplar fue incautado en Palmira, en un operativo liderado por la Fiscalía y la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC), en el marco de la COP16. Su estado, al ingresar al centro de atención en San Emigdio, hablaba por sí solo: bajo peso, deshidratación, lesiones cutáneas, una masa mandibular sospechosa y signos de enfermedad renal. Era un cuerpo que había sobrevivido, no vivido.
Rehabilitación: más que sanar, reconstruir
Lo que siguió no fue solo un tratamiento médico, sino un proceso para reconstruir comportamientos, instintos y fuerza física. El equipo del CAV de la CVC diseñó un entorno que imitaba lo natural: vegetación, sombra, agua y alimento acorde a su dieta carnívora. Poco a poco, La Ñata recuperó peso, comenzó a cazar, a evitar la presencia humana y a moverse con mayor soltura. Aunque su edad y condiciones de salud impidieron su retorno al medio silvestre, fue trasladada este 16 de julio al Vivarium del Caribe, en Cartagena, un centro especializado en reptiles y otras especies no convencionales. Allí vivirá bajo cuidado profesional y servirá como puente educativo entre humanos y naturaleza.
Más allá de La Ñata: otras víctimas del tráfico
El operativo que permitió la reubicación de La Ñata también marcó el regreso a la libertad de más de 300 animales, entre tortugas, morrocoyes e icoteas. Y junto a ella, dos reptiles encontraron también un nuevo hogar en el Vivarium: una pitón reticulada asiática y una serpiente cascabel que había sido transportada inadvertidamente desde el Atlántico. Según datos entregados por la CVC, en lo que va de 2025, más de 1.800 animales silvestres han ingresado al CAV como víctimas del tráfico o la tenencia ilegal. La mayoría son aves, reptiles y pequeños mamíferos. De ellos, solo una parte logra rehabilitarse y volver a su entorno.
Foto: Comuncaciones CVCVivarium del Caribe: el otro lado de la conservación
El Vivarium del Caribe, ubicado en el corregimiento de Pontezuela, no es un zoológico ni un depósito de animales. Es un espacio que entiende la vida desde la diferencia: cada especie tiene necesidades propias y exige un trato que va más allá del simple mantenimiento. Mariana de Las Estrellas Medrano, directora creativa del lugar, lo explica con claridad: “No basta con alimentar y albergar. Hay que escuchar el lenguaje de cada animal, reconocer lo que necesita sin imponerle nuestras ideas de lo que debería ser su vida”. Este enfoque, basado en la alteridad, rompe con la visión utilitarista que suele tenerse sobre la fauna.
El precio del olvido y el deber de no mirar hacia otro lado
La historia de La Ñata no es excepcional; es tristemente común. Es una historia que se repite en cada loro enjaulado, en cada mono domesticado, en cada reptil vendido como mascota exótica. La diferencia es que esta vez hubo un final digno. Pero no todas las historias terminan así. El tráfico de fauna silvestre es una forma de violencia poco denunciada y normalizada. Es una pérdida de biodiversidad, pero también una muestra de desconexión cultural con los ecosistemas que nos sostienen. Como medio, hacemos un llamado a la reflexión: no se trata solo de castigar a los culpables, sino de transformar la manera en que entendemos la vida animal. Denunciar, educar, y sobre todo, no callar. Porque detrás de cada jaula, hay una historia como la de La Ñata esperando ser contada.
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