Una denuncia ciudadana permitió recuperar seis guacamayas, un mono cabeciblanco y un tucán en zona rural de Dagua. Pero el hallazgo es solo un síntoma más de una problemática que desborda cifras y compromete la vida silvestre del Valle del Cauca.
FOTO: Comunicaciones CVC
Redacción de RMC Noticias
Animales silvestres enjaulados, un delito que persiste
Santiago de Cali, 18 de septiembre de 2025. Lo que parecía una finca común en la zona rural de Dagua, Valle del Cauca, escondía una realidad alarmante: siete animales silvestres mantenidos en cautiverio, entre ellos seis guacamayas, un mono tití cabeciblanco y un tucán. La intervención, realizada por la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC) y la Policía de Carabineros, fue posible gracias a una denuncia ciudadana. No hubo resistencia: el administrador del predio permitió el ingreso, y los animales fueron trasladados al Centro de Atención y Valoración de Fauna Silvestre de San Emigdio, donde hoy intentan recuperarse.
Entre jaulas y silencio: así fueron encontrados
En las jaulas había tres especies de guacamayas —bandera (Ara macao), azul y amarillo (Ara ararauna), y roja (Ara chloropterus)—, todas con las plumas de las alas recortadas, imposibilitadas para volar. El mono cabeciblanco (Saguinus oedipus), una especie en peligro crítico de extinción endémica del Caribe colombiano, también estaba encerrado. Junto a ellos, un tucán (Ramphastos sulfuratus), de plumaje brillante y pico llamativo, víctima frecuente del comercio ilegal por su atractivo estético. Según la CVC, no fue posible establecer la procedencia de los ejemplares, lo que refuerza la opacidad con la que opera esta cadena de tráfico.
FOTO: Comunicaciones CVCSan Emigdio: un centro que resiste el impacto del tráfico ilegal
El Centro de Atención de Fauna Silvestre de San Emigdio, ubicado en Palmira, ha recibido 1.698 animales en lo corrido de 2025. De ellos, 643 son aves, 564 mamíferos y 465 reptiles. Aunque la labor del centro ha permitido liberar 634 ejemplares rehabilitados, las cifras revelan una dinámica inquietante: por cada animal que se libera, más de dos siguen llegando. La mayoría ha sido rescatada de contextos de maltrato, comercio ilegal o entregas voluntarias tras años en cautiverio. La capacidad del centro se ve constantemente presionada por un fenómeno que no cede.
Tráfico de fauna: una cadena que inicia con una compra
La historia de estas guacamayas, del mono tití y del tucán no comienza en Dagua, ni termina en San Emigdio. Comienza con una compra, muchas veces disfrazada de "rescate", "regalo exótico" o "colección privada". Cada adquisición alimenta una red ilegal que arranca a los animales de sus hábitats, los somete al estrés del transporte, y los condena a vidas que no les pertenecen. En el caso de los primates, el tráfico suele implicar la muerte de la madre para capturar a las crías. El cautiverio no es un acto de cariño, es una forma de violencia.
FOTO: Comunicaciones CVCUn delito que aún se tolera socialmente
Aunque el Código Penal colombiano sanciona el tráfico ilegal de fauna silvestre, persiste una permisividad cultural que ve a estos animales como "mascotas especiales". Las denuncias, como la que permitió el operativo en Dagua, siguen siendo la excepción. La falta de conciencia ambiental, combinada con el desconocimiento de las leyes y una débil cultura de protección animal, mantiene abiertas las puertas al tráfico. Mientras tanto, el Estado sigue enfrentando este flagelo con recursos limitados y una presión creciente sobre los centros de atención.
Una herida ecológica que no se ve a simple vista
Cada animal traficado representa más que un caso individual. Es un eslabón arrancado de un ecosistema. La desaparición de especies como el tití cabeciblanco no solo es una pérdida estética o emocional: impacta funciones ecológicas como la dispersión de semillas o el equilibrio de cadenas alimenticias. Cali y el Valle del Cauca son regiones de altísima biodiversidad, pero esa riqueza está siendo erosionada, en silencio, por manos humanas. Lo que ocurre en una finca de Dagua refleja una herida que se extiende por todo el país.
No se protege lo que no se conoce
Desde esta redacción insistimos: la lucha contra el tráfico de fauna no puede recaer solo en la denuncia ciudadana o la acción policial. Se requiere educación ambiental desde las aulas, campañas permanentes de sensibilización, y un fortalecimiento real de las autoridades ambientales. Cada guacamaya que no puede volar, cada mono que crece sin selva, es un recordatorio de que aún nos falta comprender que los animales silvestres no son trofeos, ni adornos vivos, ni objetos para entretener.
Invitamos a la ciudadanía a no ser cómplice por ignorancia. A cuestionar, a denunciar, a compartir el conocimiento. Porque el primer paso para proteger es entender. Y mientras sigamos normalizando la belleza enjaulada, seguiremos condenando a nuestra biodiversidad al encierro, y al olvido.
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